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Jose Pepe o Pepito 
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Jose Pepe o Pepito tiene motivos para estar orgullosoJose Pepe o Pepito tiene motivos para estar orgullosoJose Pepe o Pepito tiene motivos para estar orgullosoJose Pepe o Pepito tiene motivos para estar orgullosoJose Pepe o Pepito tiene motivos para estar orgullosoJose Pepe o Pepito tiene motivos para estar orgullosoJose Pepe o Pepito tiene motivos para estar orgullosoJose Pepe o Pepito tiene motivos para estar orgullosoJose Pepe o Pepito tiene motivos para estar orgullosoJose Pepe o Pepito tiene motivos para estar orgullosoJose Pepe o Pepito tiene motivos para estar orgulloso
No calles lo que sientes

Originalmente escrito por luisi

En la inmensidad de la noche oscura, cuando ni la Luna se atreve a brillar por no interrumpir, cuando la brisa es gélida, y el silencio se cierne, dos amantes se balancean como si todo el amor estuviera en ellos.

El es orgulloso, majestuoso, potente, imperecedero. Es un viejo acantilado agreste, cruel incluso, con quien ha intentado conquistarle. Defendió a su pueblo no dejando pasar a sus invasores, y escondió en sus entrañas a quienes se escondían de la injusticia.

Ella es dulce y fuerte a la vez. Rebelde. Sabe cuidar de sus gentes, sabe amar. Inspira canciones y poesías. Y también maldiciones cuando el destino la hiere y se vuelve violenta y salvaje y su grito desgarrador se oye muchas millas tierra adentro. Tiene el poder de atraer las almas, las encanta, las embruja. Siempre vuelves a ella..... Porque el día que la miraste te robó un cachito de corazón. Se convierte en compañera cuando en tu soledad buscas refugio, en tu confidente cuando nadie más te escucha. Es leal, siempre está para ti. Porque eres parte de ella.

Cada noche, la mar se acerca a su acantilado, suave, dulce.... se mete por sus grietas con esa fuerza arrolladora de ser joven para siempre. El acantilado la sonríe arrugando su nariz y dejándose querer. “Demasiado tiempo sólo”, dice para sí. La mar juguetona le cuenta mil historias sobre los marineros que navegan sobre ella, como les atrae la pesca a sus redes si son buenos...... y como se enfada con ellos hundiendo su barcos y sus vidas cuando no la respetan.

El acantilado sabe que un día su ola no volverá, que se hartará de su inmovilismo y querrá volar al país donde los sueños se cumplen. Pero es demasiado tímido para decirla que la quiere, que no puede vivir sin ella, demasiado viejo para hacerla vibrar como le gustaría, demasiado tosco para enamorarla. Demasiado orgulloso para que ella le vea sentir debilidad, llorar.

“Soy fuerte, poderoso”, se dice a sí mismo. “No necesito una ola rebelde y caprichosa para ser feliz”, se repetía sin cesar. Y el miedo a ser feliz, el miedo a perder lo único que le hacía sentir, hizo que cada noche fuera mas fría que la anterior.

Un día, desde sus travesuras, la ola jugó a estrellarse entre los brazos de su amado como cada noche, y en vez de caricias recibió un silencio. La ola pensó, “algo he debido de hacer mal”, pero por más que pensaba y pensaba no recordaba nada.

Al llegar la noche, una noche negra y fría de invierno, la ola, temerosa de la reacción de su acantilado, se acercó muy despacio, y le susurró en su vaivén: “Dime que me quieres y seré tuya para siempre”. El acantilado temeroso de entregar su alma, dijo simplemente: “No puedo”.

Entonces la ola se enervó violenta, desgarrada, dolida en su alma, asustada pero rebelde, gritó: “Anjana, hada de los bosques cántabros, llévame contigo, ya no quiero ser mar”.

La Anjana, desde la cúspide del acantilado, le dijo, “Olita, medita tu decisión, si te llevo conmigo nunca jamás volverás al mar, ni serás parte de el”.

“Llévame contigo, hada, llévame”, gritaba mientras miraba a su acantilado, que con el alma rota esquivada aquellos ojos de princesa triste. El silencio se hizo entre los dos. Y ella partió, convertida en una pequeña personita de mirada ausente. Partió para siempre, buscando su sitio en el universo, tenía que haber un sitio donde sus ojos volvieran a brillar como antaño, como cuando hacia cosquillitas al único ser que le hacia feliz.

Y vagó por el mundo, despacito, fijándose en todo y siempre sentía que no estaba en su sitio, ella.... ella era ¡mar! pero el mar ya no la quería, no había lugar para ella en el que fue su mundo. Conoció gente, se enamoró o creyó enamorarse, más bien necesitaba llenar ese vacío que estaba tan arraigado en su corazón. Tenía tanto amor dentro, tanto para dar que se le salía del alma. Pero su acantilado..... que lejos estaba.

Ni un solo día de toda su vida dejó de recordar la mirada de su amado, porque seguía siendo su amado, ni un solo día sin recordar cómo él la reñía cuando jugaba con los marineros, el como ella se sentía protegida en sus grietas en las largas noches.

Ni un solo día de su vida, dejó el acantilado de pensar en ella, ni un solo día dejó de odiarse por dejarla marchar. Y cerró su corazón, nadie mas entraría en el por siempre jamás.

Pasaron los años, muchos, demasiados, y una personita se acercó a su cumbre. La noche era apacible, cálida para ser abril, bajo despacito por sus agrestes rocas, trabándose el vestido. Le resultaba familiar. “No debería hacer esto, se va a caer”, pensaba el acantilado. Por dos veces se estiró para que sus pies encontraran una roca donde pisar.

Se sentó en un saliente, con los pies colgando, y mientras una lágrima rodaba por sus mejillas, gritó: ¿Por qué no me quisiste? Y dando un salto se tiró desde la punta de la nariz de acantilado al mar.

Cuentan las leyendas que el grito del acantilado se oyó en kilómetros y que su Anjana protectora la convirtió en ola antes de tocar el duro y pedregoso fondo del mar.

En el sitio donde ocurrió todo esto..... Hay una placa que dice:

“Lo que no dices, se queda sin decir. Lo que no hagas se queda sin hacer. “

Los marineros del lugar cuentan que en las noches de abril, todavía se puede oír el lloro de una niña junto al latir de un acantilado

SALUDOS.
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