Una simple reflexión:
A veces en la vida se nos presentan negros nubarrones, que no nos dejan ver que exista algo más allá de ellos, cuando llega el momento de darnos cuenta que no tenemos a nadie, ni ya nadie nos necesita, y es cuando pensamos que ya nada tiene mucho sentido para nosotros. ¿Qué importancia tienen ya los problemas que rodean al mundo, cuando no encontramos solución para los nuestros?



Vivir fuera del mundo tal vez significó no querer ver lo que había en él. Huir y refugiarse en un mundo irreal, que servía para tapar lo que no se quería ver. Una realidad de sufrimientos no buscados, no deseados. Pero también un no querer sufrir lo que sabíamos que nos depara la vida a cada uno. Una gran carga de soledad.



Tras largos años de ausencia, ya en plena edad madura, algo me sacó de mi ensoñación para intentar darme un poco de alegría, un poco de sentido a una vida que se dirigía abocada, lenta, hacia la muerte, la única esperanza de encontrar en ella una solución a una vida no vivida, sin rumbo, sin esperanzas. Encontré algo hermoso, una esperanza de luz en la vida que no había conocido y que se me ofrecía sin saber de dónde salía. Y me aferré a ello, sin mucha confianza, porque ya me había alejado bastante de sentir confianza en la gente y en la vida.



Ahora, ese trozo de esperanza se aleja de mí, a pasos agigantados, para volver a darme en el rostro con la desesperanza. La alegría se fue de mi vida. ¿Por qué la vida nos hace sentir un asomo de brillo en el camino para luego arrancárnoslo sin piedad?


Tal vez algún día, en el futuro, podamos mirar hacia atrás, sin que duela el corazón y entendamos que hay que aceptar la vida tal como se presenta, sin buscar más explicaciones, sin dar tanta importancia a los sentimientos, para al fin y al cabo, volver a vivir sin sentir nada, como al principio, volviendo a nuestro mundo vacío.



A veces sabemos afrontar los nubarrones con un paraguas, a veces no hay paraguas a mano.

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